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lunes, 2 de julio de 2012

las ratitas aventureras


L

a mamá rata estaba tejiendo un jersey para el bebé que esperaba, cuando llegó su hija mayor con su hermanita de la mano diciendo:

–Mamá, ya estamos hartas de estar siempre aquí escondidas. Queremos salir, ver mundo, jugar, ver el sol, la lluvia, el aire…

–Ay, hijitas, qué sabréis vosotras. El mundo está lleno de peligros. Aquí tenemos casa, comida, agua; y cuando llega el invierno no pasamos frío ni nos mojamos, como otras ratitas.

Allí, en un agujero en la pared de un horno, vivían las tres ratitas, tranquilas y felices.

Una noche, mientras la mamá dormía, la hija mayor llamó a su hermanita:

–Despierta, date prisa, antes de que mamá nos oiga.

Salieron levantando lentamente las patitas, para no hacer ruido, con un mendrugo de pan y un trocito de queso.

–Ya verás qué grande es el mundo, te va a gustar. A veces he visto por la tele ferias, circos y muchos juguetes para los niños.

–Pero cuando despierte mamá, nos echará de menos…

–No te preocupes, le he dejado una nota: ‹‹Mamá, nos vamos a ver mundo, pero volveremos››.

Las farolas estaban encendidas. Ellas iban arrimadas a la pared para no ser descubiertas, cuando oyeron un fuerte estruendo que las hizo saltar en el aire   ”Rrrrrrrrbbbooom”


–¡Huy, qué ruido tan horroroso! ¿Será eso un tanque, que lleva un cajón detrás? ¡Uuug, qué mal huele!

Siguieron las dos ratitas en busca de mejores olores. Encontraron un parque con columpios y bancos para sentase.

–Menos mal, esto es otra cosa. Ves, hermanita, qué bonito y qué bien huele.

No había terminado la frase, cuando… unos fuertes ladridos les pusieron los pelos de punta.

– ¡Huy! Qué miedo, qué animalote más grande y qué dientes tiene.

 –No te asustes, no es más que un perro y ladra porque tiene miedo. Lo traerán siempre aquí, y creerá que este parque es suyo. Escondámonos por si acaso.

Quietecitas entre los matojos, esperaron a que la dueña se llevase al animal y recogiese su “caca”.

Salieron despacio, mirando de reojo  los rincones del parque. Todavía no se habían quitado el miedo del cuerpo, cuando… un rayo, seguido de un fuerte trueno, les aceleró el corazón. 

–Y, ¿ahora qué pasa? ¿Qué es ese ruido? Hay, hermanita, qué miedo tengo.  Yo quiero volver con mamá.

Ale, así se llamaba la ratita mayor, se paró y, poniendo la patita delantera en el cuello de Abril, la pequeña, le explicó, con una voz maternal:

–No seas miedica. Son las nubes que pasean por el cielo, tropiezan unas con otras y se enfadan, como cuando nos enfadamos nosotras.

De repente, empezó a llover. Las ratitas echaron a correr asustadas y heladas, sin rumbo fijo.

–Tengo frío, Ale. ¿Dónde vamos a dormir?

–No te preocupes, encontraremos algún sitio donde refugiarnos y pasar la noche. Mañana seguro que saldrá el sol. ¡Ya lo verás!

Empapadas, frías y juntas, como si fuesen una sola, les invadió un profundo sueño.

Empezaba el sol a mirarse en la Albufera cuando Ale se desperezaba; con su movimiento, Abril abrió los ojos.

–¿Dónde estamos, teta? ¡Huy! Es verdad, creí que lo había soñado.

Estiró también sus patitas y rabito, y exclamó:

–¡Qué hambre tengo! ¿Dónde vamos a comer?

–No te preocupes, ya encontraremos algo, los humanos tiran mucha comida. ¿Te acuerdas del camión que olía tan mal? Casi todo era comida.

El sol empezaba a calentar. Deambulaban sin rumbo, sin víveres y con hambre, cuando vieron a unos niños sentados a la puerta de un colegio. Las hermanitas abrieron unos ojos como platos y se escondieron en el césped.

–Ves, lo que te decía, seguro que esos niños se dejan algo. Mamá siempre dice que ‹‹los niños de ahora están muy sobrados y no comen pan.›› ¿Qué comen? Parece una rueda de chocolate.

–Pero mamá no quiere que comamos mucho dulce, dice que es malo para los dientes. ¿Esos niños no tienen mamá?

Los niños, sentados en el suelo, comían pastelitos mientras manejaban entusiasmados artilugios con endemoniados juegos. Uno de ellos se levantó haciendo una propuesta:

–¿Por qué no jugamos un rato al fútbol? El médico le ha dicho a mi vieja que tengo que mover el culito, que tengo colesterol. Y ella va y me apunta a inglés. ¡Inglés que aprenda ella! Y el culo que lo mueva el médico.

–El psicólogo le dice a la mía que tengo personalidad dispersable -comentó uno mofletudo, mientras hablaba con la boca llena.

–¿Eso qué es?, no había oído nunca esa palabra.

–Pues… no sé, será que me distraigo. Pero con el plasta de maestro que nos ha tocao aprendemos más aquí, en la puerta, con la play.

Las dos hermanitas los observaban escondidas.

Todavía no habían desaparecido los niños, cuando se lanzaron las ratitas a por las sobras.

–¡Huy, Qué mal sabe! Se me queda pegado a la lengua. ¿Seguro que es bueno? Está asqueroso.

–No hagas ascos y come. Si lo comían los niños… Además, de momento no tenemos nada mejor a la vista.

Con la tripita llena, fueron a buscar agua. El murmullo de un arroyo les hizo echar a correr. Agarrándose fuerte con las patitas se inclinaron para beber agua. No habían saciado su sed cuando…

–¿Qué es esto? ¡Suelta, bichejo, suelta mi hociquito! Me haces daño, ¡suéltame!

Un cangrejo, al ver el hocico tierno y sonrosado, se lanzó como una piraña, resistiéndose en soltar a su presa.

Con fuertes movimientos de cabeza, la ratita consiguió deshacerse del bicho. Con el hocico rojo y llorisqueando, Abril le dijo a su hermana:

–Ale, yo quiero volver a casa, que nuestra mami nos estará buscando, y se pondrá triste por no vernos. Estábamos tan calentitas con nuestra mamá, que nos quiere tanto…

–Yo también tengo ganas de ver a mamá, pero no recuerdo el camino de vuelta a casa. No sé si lo encontraremos.

Un pato las oyó quejarse y se acercó.

–No os escondáis, no tengáis miedo, soy herbívoro. ¿Qué pasa, os habéis perdido?

   Le contaron su aventura y lo arrepentidas que estaban. Siguieron el arroyo buscando algún rastro conocido.

Mientras, su madre, preocupada, salía cada noche esperando que volvieran sus hijitas y pusieran fin a su travesura.

–Corre, Abril, corre, que por ahí viene nuestro peor enemigo. Vamos a escondernos, que si nos pilla…

–¿Por qué nos odian tanto, si no les hemos hecho nada?

–Pues… la verdad, no lo sé, pero nos persiguen hasta sin hambre, por diversión, como los cazadores. Matan por matar, por pasar el rato. ¡Calla, calla y escóndete, que no nos vea!

      Un caracol, que paseaba pausadamente, se acercó y les dijo:

–Ya ha pasado el peligro, podéis salir. Pero, ¿qué hacéis por esta zona?, no os había visto nunca.

Las ratitas le explicaron donde las habían llevado su aventura, sus ansias de libertad y de conocer mundo.

–¿Cuál es vuestro nombre?

–Ale y Abril –contestaron las hermanas.

–El mío es Lentu. Si pudiera os ayudaría, pero conmigo encontraríais a vuestra mamá hecha una viejecita. Llegaréis antes solas.

››Seguid este sendero; por aquí no encontraréis peligros. Los gatos y perros deambulan por las calles y casas del pueblo.

Las ratitas siguieron su consejo, pero estaban lejos de casa y se les volvía a despertar el apetito.

–Tengo hambre, teta. ¿Qué comeremos ahora?

–No te preocupes que algo encontraremos, ya lo verás.

En un rincón encontraron una caja de madera y, como eran muy curiosas, la rodearon olisqueando.

–“Nnnccc“. Huele bien, pero hay algo pegajoso. Huy qué dulce y bueno está. Prueba, Abril, prueba. ¡Qué rico!

 Abril metía la patita delantera por la ranura de la caja hasta llegar con los deditos.

–¡Qué bueno está esto! ¿Qué será? Qué raro que no lo hayan descubierto los niños.

Se relamían los hocicos y los dedos pegajosos, cuando un rumor, seguido de fuertes pinchazos, les hizo echar a correr.

 Zuuuum,zuuuum,zuuuuum









–¡Nosotras no hemos hecho nada! ¡La caja estaba ahí abandonada!

–Eso mismo, no habéis hecho nada y os aprovecháis de todo nuestro trabajo ¿Sabéis lo que nos cuesta hacer cada gramo del preciado manjar? Somos muchas las que aunamos esfuerzos para producir esta miel y llegáis tranquilamente y nos la robáis. ¡No quiero veros más por aquí! Si volvéis, os convertiremos en erizos. ¡Largo, ratas de cloaca!

Ya refugiadas en unos matorrales…

–¡Cómo me duele todo, teta! Quítame los pinchos, tengo el culo lleno.

 –Yo también. ¡Qué brutas son! Nos han puesto como el cojín de una modista.

 Con el susto en el cuerpo, siguieron el trayecto mirando hacia todos lados. Algo las sobresaltó.

–¡Ale, un gato, escondámonos! Por ahí viene.

–Calla, tonta, no ves las orejas largas. ¡Es un conejo! Son inofensivos,  lo sé. Los que había en nuestra casa eran buenos amigos.


A lo mejor él nos puede ayudar a volver a casa.

Cuando le contaron la aventura y le dieron datos del horno, donde tenían la casa, el conejo, que las escuchaba atento, respondió:

–¡Claro que conozco el horno! Tengo allí unos amigos. Estáis muy cerca. Os acompañaré.

El sol comenzaba a ponerse y la mamá ratita, como cada día, había salido a la puerta.

 No lo podía creer, casi tenía perdida la esperanza de volver a ver a sus hijitas. Éstas corrían y saltaban hacia ella, gritando y llorando de felicidad.

–No volveremos a salir sin tu permiso, mamá –le decía Ale, agarrándose a su tripita–. Te obedeceremos siempre, ngf,ngf,  y cuidaremos de nuestra hermanita cuando llegue –prometía  Abril entre sollozos.

Abrazadas las tres, la mamá ratita dio las gracias a la coneja, porque era coneja, por la ayuda, y a las ratitas les prometió que todos los días saldrían al parque a jugar.

       Y… COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO.